[ Galería Botello / 20 de sept de 1989 ]
La nueva obra de Sylvia Blanco retoma la expresión dramática y contundente que había caracterizado su madurez artística. Hace diez años sorprendió la muestra de sus piezas en la Liga de Arte, expuestas junto con unos lienzos de Betsy Padín. Desarrolló aquella expresión poderosa y esencial que recordaba paisajes astrales, el cosmos, el caos de la creación, para luego evolucionar hacia otros paisajes llenos de color, hacia la confección de flores extrañas que expresaban contentura y lograron reconocimiento en Puerto Rico y también a nivel internacional: el premio del Ateneo Puertorriqueño, dos premios de adquisición en Faenza, Italia, otro en Zagreb, Yugoeslavia.
En 1987 el drama asoma otra vez en obras de temática feminista, en contraposición a las bucólicas que nuestro público arrancaba de las paredes de la galería. Regresa en estas obras a la expresión dramática en formas que recuerdan íconos, escudos de guerra, piedras labradas como por una antigua civilización. Solemnes testigos de otra realidad, de otro tiempo, los escudos nos remiten a una antigua tecnología de la guerra, que con ser más sencilla no pierde ferocidad. Las lanzas de palo y de metal corroído de estas formas de Blanco son imágenes tangibles y concretas de una violencia ancestral, amenazante. Retoma la reducción, las tonalidades tierra y el ahumado, pero con la experiencia de los paisajes llenos de color. El ahumado se contrapone a los esmaltes rojo tierra, a los efectos de color y textura. La huella de hojas y encajes, el relieve planiforme, la salamandra y los corazones aparecen sobre el barro grueso, burdo, que nunca pierde en Blanco su carácter elemental. Regresa también a la exploración de la forma del círculo, con que desde siempre produjo obras memorables. El círculo, con su arista en el centro quebrada por hendiduras que recuerdan bocas, es ahora escudo de guerra, cara que celebra la amistad, primitivo altar y ruda máscara.
Las piezas autónomas recuerdan estelas, con ofrendas al pie. Los dos orificios en Ojos que te vieron ir la convierten en furiosa máscara. Las ofrendas al pie de las piezas autónomas son expresiones ligadas a la esfera de la magia. Espiga verde y Depositario pertenecen a ese mundo enigmático y primitivo.
La dicotomía femenino/masculino aparece en Mundos aparte. Los dos segmentos configuran una forma elemental, como una gran piedra misteriosamente recortada en dos secciones desiguales, que se confrontan en el espacio casi magnético que las separa. El recurso de anteponer formas análogas y desiguales es particularmente efectivo en las piezas de pared De blanco y negro I y II. Parecen trozos de una masa primigenia recortada y separada en secciones, que la mano de la artista ha vuelto a ordenar. Blanco explora extensamente el tema de la mujer en estas obras. Homenaje a Mendieta nos recuerda el impune asesinato de la escultora cubana. La indignación ante la violencia contra la mujer queda transformada en la remembranza, el altar y el recordatorio. En los Disco/Máscaras la intención es más compleja. La forma alude al escudo de guerra y al retrato. El antifaz, el encaje, los corazones y lanzas de guerra se disputan la primacía en esta Multitud. Rompe la forma perfecta del círculo con rectángulos que configuran unas cejas, o una repisa para velas de la forma/altar, un descanso para varas cual lanzas. Velas y colgalejos de altares rudimentarios que aluden a la guerra y la religión, la muerte y la fe.
La expresión de fuerzas y conflictos elementales le imparte un carácter monumental a estas esculturas. La obra de Blanco se inserta de nuevo en la necesidad de confeccionar símbolos, de significar. La fase bucólica expresaba otro aspecto de la sensibilidad humana, la añoranza del orden, la celebración de la belleza. Ese barro rudo y atexturado que Blanco siempre emplea, a mi entender, resulta más cónsono con la expresión dramática. Su regreso a esta voz es el regreso a la esencia, al origen de la obra de arte como símbolo y concreción de los miedos y anhelos de la civilización.
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