[ VIVA El Reportero / 2 de marzo de 1985 ]
Diáspora Puertorriqueña es una muestra de fotos y entrevistas a nuestros compatriotas en diversas comunidades de Estados Unidos, Hawaii y Puerto Rico que han pasado por el trauma de la migración. Documenta los esfuerzos por sobrevivir en un mundo extraño y hostil como por conservar un nivel de identidad boricua dentro de la vorágine norteamericana. Mantener la cultura está en conflicto con aprender inglés, asimilarse para lograr el gran sueño norteamericano de movilidad social. Para el puertorriqueño criado en Estados Unidos que regresa a la Isla, aprender español y reintegrarse a la cultura de sus padres significa dar marcha hacia atrás, ajibararse, perder la “ventaja” que le confiere saber inglés.
Las consecuencias de la migración a Estados Unidos las resume Espada de manera muy elocuente. “victimizados por el racismo y discriminados en cada nivel de la sociedad, los puertorriqueños terminaron y han permanecido en el más bajo escalón de la estructura socioeconómica de la nación (norteamericana). Comparten un alto índice de patología social (enfermedades mentales, alcoholismo, drogadicción, suicidio en la población adolescente, mortalidad infantil, etc.) y están plagados de un alto nivel de desempleo, un bajo aprovechamiento académico, desgraciadas condiciones de vida y dependencia de un sistema de asistencia social poco compasivo”.
El proceso de asimilación, la pérdida del idioma y la cultura son más patentes en las comunidades puertorriqueñas en Hawai. Allí llegaron nuestros compatriotas hace más de 80 años. Por la distancia se rompieron los lazos con sus familiares, con Puerto Rico. La Puerto Rican-Hawaiian Heritage Foundation es un intento de restablecer esos anexos, de revivir el idioma, de mantener el folklore, la comida, la música que aún hoy muestran vestigios de nuestra herencia común. Siguen siendo puertorriqueños, aunque no entienden bien qué es Puerto Rico: la sociedad se encarga de identificar claramente nuestra extrañeza. Comen “pateli” y “ganduli beans”, tocan una música que mezcla nuestra “música brava” con la hawaiana. Donde resalta lo inexorable del proceso es en las mezclas con otras etnias, con filipinos, japoneses, afroamericanos, hawaianos, proceso que va en incremento y culiminará en homogenizar la población en un grupo amorfo de no blancos.
La exposición presenta esta realidad humana de manera sutil a la vez que terrible. Ver el sufrimiento, las miradas de odio de los puertorriqueños jóvenes que regresan de Nueva York a comunidades rurales de Puerto Rico, su identidad conflictiva, su desprecio por los “jibaros” de aquí, nuestro rechazo a los “neorricons” es enfrentarnos a la prequnta que siempre nos acecha -¿qué somos? Espada no ofrece soluciones, sólo nos plantea el asunto así, de frente, en una serie de tomas de aparente sencillez, en el lenguaje directo de los entrevistados.
Se trata de un esfuerzo titánico de su parte tanto en términos de su labor como fotógrafo como de su humanidad puertorriqueña. Tiene la cualidad de coñmiserarse con los sujetos, no los idealiza ni se coloca en actitud paternalista. El lente parece estar siempre al mismo nivel con la mirada de nuestra gente, en actitud de diálogo, frente a frente. En gran medida el éxito de las fotos y de la exposición reside en la actitud del que está detrás del lente.
El término “diáspora” para describir este proceso es adecuado: hace referencia a las tribulaciones del pueblo de Israel en su dispersión por todo el mundo, el prejuicio racial en su contra, su voluntad de mantener una identidad étnica y cultural. Pero aun los judíos (y los chinos con su milenaria cultura) ahora se asimilan. Por más de 2,000 años han logrado montener una identidad que ahora se ve amenazada por el poder asimilador de la televisión: todos aspiramos a la “buena vida”, basada en los valores del consumism’. Los judíos ni los chinos, no empece los más de 5,000 años de historia de estos últimos, son inmunes a los embates de la parada del Día de Acción de Gracias de Macy’s. ¡Qué terrible y aburrido ese “global village” televisivo de 105 valores contrahechos de Dalias y Dinastía!
Espada nos plantea todo esto en su dimensión más tangible, en la vida de unos individuos presa de unas fuerzas que no pueden controlar, entre la espada y la pared. Los puertorriqueños tenemos una experiencia de casi 5 siglos de los efectos devastadores del colonialismo, ahora un colonialismo sutil, con cadenas de oro (o por lo menos de cupones). El problema de la identidad es hoy por hoy de carácter universal. Desde nuestra experiencia muy particular creo que tenemos muchas cosas que decirle a la humanidad sobre el desgarrador y terrible conflicto de la identidad, sobre las consecuencias de vender nuestra herencia cultural por un plato de lentelas.
Nota: La exposición, auspiciada por el Colegio Universitario Metropolitano y la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades estará en el Museo de Arte de Ponce hasta mediados de marzo y luego pasará a la Universidad Interamericana (21 de marzo al 19 de abril) y a la Universidad del Turabo (25 de abril al 24 de mayo).