[ VIVA El Reportero / 8 de septiembre del 1984 ]

La exposición Homenaje a Manuel E. Jordán abrió al público el pasado 31 de agosto en el Convento de los Dominicos. Fue una apertura ávidamente ‘aguardada que nos permite por vez primera apreciar la obra de un artista que hasta ahora era conocido por referencias literarias y un pequeño puñado de obras. Para la muestra se logró reunir 5 acuarelas, igual número de dibujos a lápiz o carboncillo, plumillas, temples y unas 24 pinturas. La última adición fue un retrato de gran formato, la única obra de amplias proporciones, de Doña Filomena Quiñones, que se exhibe con unas áreas parcialmente limpiadas. El estado de la pintura comunica el terrible deterioro que ha sufrido la obra de Jordán, mayormente perdida ante la apatía y la negligencia, incluso de sus propios descendientes. 

                  Si la obra que se conserva es en términos numéricos poca, menos se sabe de su vida. La tarea de recopilar la información que ahora se publica en el catálogo estuvo a cargo de José D. Orlando, quien se ha compenetrado totalmente con esta tarea y ha logrado desentrañar los escuetos datos que En adición a la dificultad de carácter investigativo, la expostción se vio retrasada ante la necesidad de restaurar las pinturas. Originalmente pautada para abrir en 1983 (el CXXX aniversario del natalicio de Jordán), conjuntamente con el sesquicentenarió de la de su maestro Francisco Oller, la restauración de las obras hizo necesario que la fecha fuera pospuesta hasta ahora. Dé todas maneras, coincide la de Jordán con la muestra de Oller en el Museo de la Universidad de Puerto Rico. 

                  La comparación de la obra de Oller y su discípulo Jordán resulta desequilibrada en términos de calidad, amplitud, versatilidad. Pero el contraste es sumamente instructivo, pues demuestra el proceso de achicamiento o provincialización de la tradición monumental a la que pertenece Oller. 

                  Si bien la mayor parte de las obras de Jordán son de pequeña escala, el “achicamiento” no está relacionado con el tamaño de las obras basta recordar las exquisitas miniaturas de Campeche y las también extraordinarias obras de Oller de pequeño formato. Lo que es achicado en Jordán es su mira, su voz, su insistencia en el pequeño detalle, su alta de interés o incapacidad para bregar a escala monumental. Esto se evidencia claramente en las escenas de pequeñas calles, de recodos en el paisaje, donde la perspectiva está limitada a lo cercano por la vegetación o la topografía. Aunque en muchas de estas obras el cielo ocupa una parte considerable del espacio pictórico, no comunican el sentido de amplitud. Nos adentran en un mundo cerrado, pequeño, de la región, del barrio. Recogen los incidentes de esa vida de los humildes sin adornar ni romantizar; sus carácter resulta entonces cuasi documental. Pero en esta versión “realista” y directa de la realidad, Jordán falla al no monumentalizarla para el espectador. Los humildes se quedan en ese plano, no logra hacer de esa digna vida una metáfora que la eleve a nivel de símbolo o paragón. Lo que suscitan en el espectador es curiosidad o quizás nostalgia ante esa realidad más sencilla y apacible.

                  En las tres marinas, escenas donde acomete una compsición más ambiciosa en términos espaciales, también se puede apreciar la mira encogida de Jordán. La más dramática de éstas, Escena de la Guerra Hispanoamericana, representa el bombardeo del buque norteamericano “New Orleans” al vapor español “Antonio López” en la bahía de San Juan. Pero es un islote lo que coloca Jordán en el centro de la composición! Relega los dos barcos a las esquinas, ya escala tan pequeña que es sólo el título lo que señala que se trata de una escena de guerra.

                  Desde la muralla, otra vista de la bahía de San Juan, es una obra de carácter naif la figura parece una muñeca, los botes no parecen estar flotando, sino más bien descansando encima de un agua que, al igual que 1as montañas, funciona a manera de telón de fondo. Las montañas horizontales y abstractas sirven también de fondo a Palo Seco, para mí la pintura más lograda de la exposición. Aquí Jordán se aparta de la vista chica, de la mira encogida, para intentar una amplia perspectiva. Logra en parte, crear el sentido de majestuosidad, apagado considerablemente por el tratamiento del fondo.

Tenemos una deuda con José F. Orlando y con todas las personas que colaboraron para hacer posible el rescate de la obra de Manuel E. Jordán. Ya éste ha dejado de ser una mera referencia pasajera en la historia de nuestro arte. Con la exposición y catálogo se ha revelado su personalidad artística. Pero creo que debe colocarse esta obra dentro de su justa perspectiva. A pesar del evidente encanto que ejerce sobre nosotros esa vida sencilla de antes, y de los méritos relativos de las obras mismas, se trata de una visión provinciana que no logra exaltar la dignidad de sus humildes sujetos. Para que los humildes hereden la tierra necesitan de artistas que los monumentalicen.

La exposición Homenaje a Manuel E. Jordán abrió al público el pasado 31 de agosto en el Convento de los Dominicos. Fue una apertura ávidamente ‘aguardada que nos permite por vez primera apreciar la obra de un artista que hasta ahora era conocido por referencias literarias y un pequeño puñado de obras. Para la muestra se logró reunir 5 acuarelas, igual número de dibujos a lápiz o carboncillo, plumillas, temples y unas 24 pinturas. La última adición fue un retrato de gran formato, la única obra de amplias proporciones, de Doña Filomena Quiñones, que se exhibe con unas áreas parcialmente limpiadas. El estado de la pintura comunica el terrible deterioro que ha sufrido la obra de Jordán, mayormente perdida ante la apatía y la negligencia, incluso de sus propios descendientes. 

                  Si la obra que se conserva es en términos numéricos poca, menos se sabe de su vida. La tarea de recopilar la información que ahora se publica en el catálogo estuvo a cargo de José D. Orlando, quien se ha compenetrado totalmente con esta tarea y ha logrado desentrañar los escuetos datos que En adición a la dificultad de carácter investigativo, la expostción se vio retrasada ante la necesidad de restaurar las pinturas. Originalmente pautada para abrir en 1983 (el CXXX aniversario del natalicio de Jordán), conjuntamente con el sesquicentenarió de la de su maestro Francisco Oller, la restauración de las obras hizo necesario que la fecha fuera pospuesta hasta ahora. Dé todas maneras, coincide la de Jordán con la muestra de Oller en el Museo de la Universidad de Puerto Rico. 

                  La comparación de la obra de Oller y su discípulo Jordán resulta desequilibrada en términos de calidad, amplitud, versatilidad. Pero el contraste es sumamente instructivo, pues demuestra el proceso de achicamiento o provincialización de la tradición monumental a la que pertenece Oller. 

                  Si bien la mayor parte de las obras de Jordán son de pequeña escala, el “achicamiento” no está relacionado con el tamaño de las obras basta recordar las exquisitas miniaturas de Campeche y las también extraordinarias obras de Oller de pequeño formato. Lo que es achicado en Jordán es su mira, su voz, su insistencia en el pequeño detalle, su alta de interés o incapacidad para bregar a escala monumental. Esto se evidencia claramente en las escenas de pequeñas calles, de recodos en el paisaje, donde la perspectiva está limitada a lo cercano por la vegetación o la topografía. Aunque en muchas de estas obras el cielo ocupa una parte considerable del espacio pictórico, no comunican el sentido de amplitud. Nos adentran en un mundo cerrado, pequeño, de la región, del barrio. Recogen los incidentes de esa vida de los humildes sin adornar ni romantizar; sus carácter resulta entonces cuasi documental. Pero en esta versión “realista” y directa de la realidad, Jordán falla al no monumentalizarla para el espectador. Los humildes se quedan en ese plano, no logra hacer de esa digna vida una metáfora que la eleve a nivel de símbolo o paragón. Lo que suscitan en el espectador es curiosidad o quizás nostalgia ante esa realidad más sencilla y apacible.

                  En las tres marinas, escenas donde acomete una compsición más ambiciosa en términos espaciales, también se puede apreciar la mira encogida de Jordán. La más dramática de éstas, Escena de la Guerra Hispanoamericana, representa el bombardeo del buque norteamericano “New Orleans” al vapor español “Antonio López” en la bahía de San Juan. Pero es un islote lo que coloca Jordán en el centro de la composición! Relega los dos barcos a las esquinas, ya escala tan pequeña que es sólo el título lo que señala que se trata de una escena de guerra.

                  Desde la muralla, otra vista de la bahía de San Juan, es una obra de carácter naif la figura parece una muñeca, los botes no parecen estar flotando, sino más bien descansando encima de un agua que, al igual que 1as montañas, funciona a manera de telón de fondo. Las montañas horizontales y abstractas sirven también de fondo a Palo Seco, para mí la pintura más lograda de la exposición. Aquí Jordán se aparta de la vista chica, de la mira encogida, para intentar una amplia perspectiva. Logra en parte, crear el sentido de majestuosidad, apagado considerablemente por el tratamiento del fondo.

Tenemos una deuda con José F. Orlando y con todas las personas que colaboraron para hacer posible el rescate de la obra de Manuel E. Jordán. Ya éste ha dejado de ser una mera referencia pasajera en la historia de nuestro arte. Con la exposición y catálogo se ha revelado su personalidad artística. Pero creo que debe colocarse esta obra dentro de su justa perspectiva. A pesar del evidente encanto que ejerce sobre nosotros esa vida sencilla de antes, y de los méritos relativos de las obras mismas, se trata de una visión provinciana que no logra exaltar la dignidad de sus humildes sujetos. Para que los humildes hereden la tierra necesitan de artistas que los monumentalicen.            

La exposición Homenaje a Manuel E. Jordán abrió al público el pasado 31 de agosto en el Convento de los Dominicos. Fue una apertura ávidamente ‘aguardada que nos permite por vez primera apreciar la obra de un artista que hasta ahora era conocido por referencias literarias y un pequeño puñado de obras. Para la muestra se logró reunir 5 acuarelas, igual número de dibujos a lápiz o carboncillo, plumillas, temples y unas 24 pinturas. La última adición fue un retrato de gran formato, la única obra de amplias proporciones, de Doña Filomena Quiñones, que se exhibe con unas áreas parcialmente limpiadas. El estado de la pintura comunica el terrible deterioro que ha sufrido la obra de Jordán, mayormente perdida ante la apatía y la negligencia, incluso de sus propios descendientes. 

Si la obra que se conserva es en términos numéricos poca, menos se sabe de su vida. La tarea de recopilar la información que ahora se publica en el catálogo estuvo a cargo de José D. Orlando, quien se ha compenetrado totalmente con esta tarea y ha logrado desentrañar los escuetos datos que En adición a la dificultad de carácter investigativo, la expostción se vio retrasada ante la necesidad de restaurar las pinturas. Originalmente pautada para abrir en 1983 (el CXXX aniversario del natalicio de Jordán), conjuntamente con el sesquicentenarió de la de su maestro Francisco Oller, la restauración de las obras hizo necesario que la fecha fuera pospuesta hasta ahora. Dé todas maneras, coincide la de Jordán con la muestra de Oller en el Museo de la Universidad de Puerto Rico. 

La comparación de la obra de Oller y su discípulo Jordán resulta desequilibrada en términos de calidad, amplitud, versatilidad. Pero el contraste es sumamente instructivo, pues demuestra el proceso de achicamiento o provincialización de la tradición monumental a la que pertenece Oller. 

Si bien la mayor parte de las obras de Jordán son de pequeña escala, el “achicamiento” no está relacionado con el tamaño de las obras basta recordar las exquisitas miniaturas de Campeche y las también extraordinarias obras de Oller de pequeño formato. Lo que es achicado en Jordán es su mira, su voz, su insistencia en el pequeño detalle, su alta de interés o incapacidad para bregar a escala monumental. Esto se evidencia claramente en las escenas de pequeñas calles, de recodos en el paisaje, donde la perspectiva está limitada a lo cercano por la vegetación o la topografía. Aunque en muchas de estas obras el cielo ocupa una parte considerable del espacio pictórico, no comunican el sentido de amplitud. Nos adentran en un mundo cerrado, pequeño, de la región, del barrio. Recogen los incidentes de esa vida de los humildes sin adornar ni romantizar; sus carácter resulta entonces cuasi documental. Pero en esta versión “realista” y directa de la realidad, Jordán falla al no monumentalizarla para el espectador. Los humildes se quedan en ese plano, no logra hacer de esa digna vida una metáfora que la eleve a nivel de símbolo o paragón. Lo que suscitan en el espectador es curiosidad o quizás nostalgia ante esa realidad más sencilla y apacible.

En las tres marinas, escenas donde acomete una compsición más ambiciosa en términos espaciales, también se puede apreciar la mira encogida de Jordán. La más dramática de éstas, Escena de la Guerra Hispanoamericana, representa el bombardeo del buque norteamericano “New Orleans” al vapor español “Antonio López” en la bahía de San Juan. Pero es un islote lo que coloca Jordán en el centro de la composición! Relega los dos barcos a las esquinas, ya escala tan pequeña que es sólo el título lo que señala que se trata de una escena de guerra. 

Desde la muralla, otra vista de la bahía de San Juan, es una obra de carácter naif la figura parece una muñeca, los botes no parecen estar flotando, sino más bien descansando encima de un agua que, al igual que 1as montañas, funciona a manera de telón de fondo. Las montañas horizontales y abstractas sirven también de fondo a Palo Seco, para mí la pintura más lograda de la exposición. Aquí Jordán se aparta de la vista chica, de la mira encogida, para intentar una amplia perspectiva. Logra en parte, crear el sentido de majestuosidad, apagado considerablemente por el tratamiento del fondo.

Tenemos una deuda con José F. Orlando y con todas las personas que colaboraron para hacer posible el rescate de la obra de Manuel E. Jordán. Ya éste ha dejado de ser una mera referencia pasajera en la historia de nuestro arte. Con la exposición y catálogo se ha revelado su personalidad artística. Pero creo que debe colocarse esta obra dentro de su justa perspectiva. A pesar del evidente encanto que ejerce sobre nosotros esa vida sencilla de antes, y de los méritos relativos de las obras mismas, se trata de una visión provinciana que no logra exaltar la dignidad de sus humildes sujetos. Para que los humildes hereden la tierra necesitan de artistas que los monumentalicen.