[ Exposición en la librería Hermes, 1989 ]
Rafael Ferrer reside en los Estados Unidos desde la década del 60. Allí, con sus abras rebeldes y explosivas, se inserta en la vanguardia internacional. Regresa anualmente a Puerto Rico, a la playa de Boquerón. Ese regreso al trópico se torna problemático: la afluencia ha dañado el Boquerón, recubierto de basura. Ahora la peregrinación es a Santo Domingo, donde encuentra el trópico sin desarrollar de su natal Puerto Rico.
El regreso al trópico no es solo físico: Ferrer regresa al Caribe en la serie de canoas y piratas, de mapas imaginarios, de los asombrosos mapas de Puerto Rico que se exhibieron en «Bell Book and Candle» en los años 70 .
Estas imágenes incómodas y, a la vez, juguetonas del Caribe de RaFaeI Ferrer están realizadas en un estilo concientemente primitivo, como si las hubiera pintado un inocente. Hay mucho de astucia y jaibería en ese pintar inocente, y más de sabiduría pictórica. Así, en Oriente Tropical, Ferrer parafrasea a Hiroshige, palmeras y bahías en lugar de las paolonias y pagodas. Si Hiroshige, Gauguin o Francisco Oller para crear imágenes revitalizadas con un contenido de ahora.
El Caribe de Ferrer está lleno de cocoteros, de paisajes marinos, del azul del cielo y el verde del mar, de músicos y personajes extraordinarios. También de turistas. Ferrer pinta con evidente amor un Caribe atribulado por los conflictos y tensiones de este Tercer Mundo negro y mulato que los blancos han venido a concebir como su Mediterráneo tropical. Su voz es única: ni el ay bendito, ni el desprecio de Naipaul , ni la quincalla turística. Río es una inaudita visión de un paisaje lleno de colores maravillosos que deslumbran. Los tonos brillantes y chillones, las Frondas de palmas y las sombras de colores asombrosos son también formas filosas y amenazantes.
Ferrer acomete el escabroso tema racial y el no menos riesgoso del sexo. El regreso al trópico la lleva a pintar desnudos, músicos y paisajes que exudan una vitalidad que el neocolonialismo no logra abatir. distancia ha afilado la percepción de Rafael Ferrer. Ciertamente la experiencia lo ha convertido en gran hacedor de imágenes de un Caribe deslumbrante y contradictoria. Ese paraíso tropical escamoteado, de maravillosos paisajes y colores, del sol que ciega, del calor y el oasis de un río, de una playa, que tan Fácilmente encantan al incauto. Ferrer celebra esa belleza can el dejo agridulce de este Caribe que es también la esclavitud, la inocencia perdida.
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