[ El Reportero / 2 febrero de 1985 ]
Hasta el 17 de febrero estará en el Convento de los Dominicos la exposición de pintura y medio mixto de United Urban Artists.
Componen el grupo seis artistas caribeños de la ciudad de Nueva York que comenzaron pintando trenes subterráneos y las paredes del ghetto. Entre los muchos que cultivan este medio de expresión personal surgió este grupo, organizado por Hugo Martínez, un estudiante puertorriqueño de sociología. Desde 1972, primero bajo el nombre United Graffiti Artists,
Martínez ha mantenido el grupo llevando exposiciones del mismo por América Latina, los Estados Unidos y Europa. Del Instituto la exposición viajará a París y luego a Alemania (Frankfurt, Múnich y Berlín).
El graffiti o escritura en la pared es uno de los medios de expresión personal más antiguos. En una metrópoli como Nueva York es, sobre todo, acto de rebeldía y afirmación del joven enajenado que por este medio espera escapar del anonimato dejando sus señas en la superficie de la ciudad. Utilizando la lata de aerosol o la pluma de felpa, jóvenes como éstos cubrieron todos los subterráneos de la ciudad y las paredes de los ghettos de murales de expresión popular. El acto proscrito y la persecución de las autoridades tuvieron el efecto de convertir estas cuadrillas de espontáneos en notorios antihéroes del «media» neoyorquino. Fueron rescatados (por lo menos un puñado de ellos) por Hugo Martínez, quien los convirtió en otra de las vanguardias artísticas del momento. Hay galerías en Soho, el nuevo centro del mercadeo del arte en Nueva York, especializadas en graffiteros. De la notoriedad en el «media» a la fama en el mundo del arte contemporáneo de Nueva York hay apenas un corto trecho.
En términos sociales, y Martínez era estudiante de sociología, la historia del grupo es una especie de fábula moderna -el arte como medio de rescatar los chicos rebeldes del ghetto. La rehabilitación del vándalo que se convierte en el artista reconocido, escapa del anonimato, tiene sus 15 minutos de fama (como dijera Andy Warhol). Lo interesante es que funcionó: estos jóvenes se han convertido en profesionales, dedicados al quehacer artístico.
Aparte del contexto fascinante del cuento de hadas hecho realidad, ¿cómo podemos valorar estas obras en términos artísticos? ¿Se trata de arte con mayúsculas o de una expresión folklórica? ¿Cuán bueno es?
La primera impresión es impactante. La escala monumental de muchas obras le da peso a las imágenes. El factor de reconocimiento ayuda al impacto -en realidad los subterráneos de Nueva York y las paredes del ghetto son así. Los colores más bien sombríos, el brillo desagradable del esmalte aerosol evocan esa realidad de manera efectiva. La escritura es otro elemento de identificación. Podemos leer lo que dicen, podemos reconocer el gesto del alienado dejando su marca, el mensaje breve, o simplemente unas iniciales.
Luego de esa primera impresión dramática que causan las obras, más allá de la anécdota de la interesante historia del grupo, después de reconocer los estilos de cada uno, (es fácil por los nombres), la exposición se torna un poco monótona. Las obras evocan efectivamente aspectos de la ciudad de Nueva York. Son documentos de la realidad social de los puertorriqueños (y de los negros y otros hispanos) marginados del ghetto. Pero tienden a quedarse a nivel de puro testimonio, sin digerir, sin interpretación. Y son buenos documentos, bien diseñados, competentemente realizados, pero no adelantan nuestro entendimiento de la realidad. Solo funcionan como espejos. Para quienes el arte es reflejo de la realidad, esta exposición es buen arte neoyorquino.