[ El Reportero / 30 agosto 86 ]

Anoche abrió en el Museo de Arte de Ponce la exposición Retorno al insilio de la obra reciente de Jaime Carrero. El título de la muestra nace alusión al «exilio en el interior» que se había impuesto el artista, quien hace ahora su primera muestra individual desde 1971. Aunque Carrero ha participado en exposiciones colectivas, por sobre todo en San Germán, es poco lo que se ha visto de su obra por otros lares. La exposición pone de relieve el hueco que había dejado Carrero dentro de nuestra plástica.

La obra de Carrero es áspera, entiendo que también es así su considerable producción Iliteraria, que conozco superficialmente. Las telas, realizadas del 1980 al presente, están pintadas en colores saturados, de contrastes chocantes. Casa sola, que se reprodujo en una columna que hice sobre el artista (VIVA, 17 de agosto, 1985) es la única obra de tono apacible, de evocación nostálgico. El resto de la producción está imbuido de una fuerza acre, en ocasiones amenazantes.

Los colores saturados de Carrero crean figuras toscas, casi primitivas. Mucha de su obra parece realizada con desdén, con el mismo tono desafiante de las figuras que hacen gestos obscenos al espectador. Creo que es sólo ahora, luego del auge renovado de la figuración expresionista, que uno puede volver a apreciar la obra de Jaime Carrero. Aunque el artista ha estado pintando de esta manera por muchos años, la moda anterior nos había hecho insensibles a su expresión. Una obra eléctrica como Diplo hubiera pasado desapercibida en otro momento.

Carrero arremete contra todo, no respeta ni sus propias metáforas. En los homenajes que el artista hace a otras figuras, Descubriendo el retrato de Hostos, Borges de memoria el tributo casi queda arropado por la rabia. La secuela de la dramática serie de los perros es Sato, una imagen primitivizante de un perro defecando frente a unos bustos de próceres. En la serie de los boxeadores uno no está seguro si estos son víctimas de nuestro apetito por la violencia o cómplices del intento por brutalizar al espectador.

El tono  irreverente  de Carrera  da sus mejores frutos en el ámbito de la sátira. En Final del show mezcla de manera efectiva lo monstruoso de los actores con lo glamoroso del. mundo de los espectáculos. En Trío los personajes vestidos de chaquetón y corbata portan sombreros ridículos y la figura del centro tiene un lagartijo en la boca, que los otros dos parecen tratar también de morder. Si los cocorocos enchaquetonados se disputan un mísero lagartijo, El magnate, de rostro sonriente y colores eléctricos, parece abrumado por la baraúnda de maracas multicolores. Al final Carrero parece estarse riendo de todo y’ de todos, incluso de sí mismo.

La obra de Carrero es tosca, exagerada, primitiva, áspera, dramática. No hace ningún intento de congraciarse con el espectador, está ahí como un desafío, sin concesiones al gusto burgués. Es claro porqué el artista se aisla, se encierra en San Germán. Lo que resulta una quijotada heroica es que Jaime Carrero haya seguido pintando estos lienzos asombrosos, por sí sólo y sin apoyo, Su «regreso del insilio» no puede ser sino de provecho para nuestra plástica. Carrero ejemplifica una dedicación seria a la pintura no empecé la falta de reconocimiento. Pero por encima de la persistencia en su vocación de artista, su obra nos plantea otra dimensión de la sensibilidad humana: la cara siniestra del mundo de los espectáculos, la crueldad y la explotación. Venegas enfatiza ese aspecto de la obra de Carrero en el ensayo del catálogo.

Carrero es un moralista, detrás de esa sátira irreverente está el látigo de una conciencia que nos señala nuestras fallas individuales y colectivas. (Uno siempre tiene que agradecer los esfuerzos de quienes tratan de reformarnos.) Las imágenes de Carrero pueden ser inquietantes y agresivas, absurdas o mordaces: ahí están para retarnos. Uno espera que en la década que marcó la ausencia de Carrero el público haya madurado y pueda llegar a apreciar la obra de este artista. Jaime Carrero no se ha eñangotado para llegar al nivel de aceptación popular, siempre difícil en una expresión tan cargada como la suya. Siempre preferimos evitar las confrontaciones y Carrero regresó para recordarnos que los demonios, aunque sean ridículos, siempre están al acecho.