[ El Reportero / 12 de julio de 1986 ]

Para conmemorar el centenario del gran pintor Diego  Rivera el gobierno de México y el Detroit lnstitute of Arts organizaron uno extraordinaria exposición itinerante. La muestra, ahora en el Museo de Bellas Artes de Filadelfia, viajará a México, Madrid y Berlín. No cabe duda de que la obra fundamental de Rivera se da en los murales al fresco que ejecutara en edificios públicos de México. En Detroit se encuentra  su imponente  ciclo  Homenaje a la industria, pintado hace 50 años. A pesar de que su obra más importante no se puede transportar, la muestra comunica el poderoso y monumental estilo del maestro. Una gran cantidad de fotografías acompaña lo exposición de pintura y dibujo. Estos documentan el México de la época de Rivera, pero sobre todo su vida, su relación con las principales figuras políticas, literarios y artísticas del siglo. Porque además de esa increíble producción artística, punto de partida del arte contemporáneo de América latina, la vida de Diego Rivera resulta fascinante.

La figura de Diego Rivera ha asumido el carácter mítico de los dioses precolombinos   en quienes el artista encontró la inspiración para su arte monumental. Su producción pictórica es abrumadora: el censo de sus murales, admirablemente realizado por Stanton L. Catlin, ocupa sobre 100 páginas del catálogo. Rivera participo activamente en la vida política de México, logra que su país le dé asilo a León Trotsky, a quien acoge en su casa. Es objeto de críticas y ataques, tanto de la izquierda como de la derecha.

Su obra es censurada en México, la Unión Soviética y los Estados Unidos. El incidente más conocido de estas constantes censuras es la destrucción de los murales que realizó en el Rockefeller Center de Nueva York. La derecha lo ataca constantemente, pero la izquierda también: para los conservadores es un comunista, los comunistas lo tildan de oportunista. Rivera es el centro de controversias artísticas y políticas que ocupan la atención mundial: Su figura representa la concreción del artista militante, presencia y actor, en el drama de su sociedad.

Su vida personal forma parte de esa leyenda, sobre todo su matrimonio con la gran pintora mexicano Frida Kahlo. No creo que haya existido en la historia del arte una pareja similar; resulta extraordinario cómo estos genios creadores logran desarrollar su obro paralelamente. Producen obra muy diferente, se estimulan entre sí, pero cada cual mantiene intacta su personalidad artística.

La retrospectiva es sintomática de una reevaluación de la obra de Diego Rivera. El contenido político de su obra (y de su vida) lo convierte en Estados Unidos en blanco preferido de la Guerra Fría. Luego de su inmensa popularidad en las décadas del ’20 y del ’30, se le despacha como un mero propagandista. Su arte de contenido es proscrito por los defensores del «arte puro». En México y América Latina su fama ha sufrido los vaivenes de la moda y, como antes, es atacado tan vehementemente por la izquierda como por la derecha. Ahora se le culpa por no haberse quedado en Europa, por no seguir haciendo pintura cubista, por haber mezclado el mundo «exquisito» del arte con algo tan prosaico como la realidad de México. Pero su pecado mayor es para muchos el haber mediado en la política, organizar uniones, dirigir piquetes. Y para colmo de males, Rivera modificó sus creencias; sus posiciones nunca fueron puras y rígidas. El propio Trotsky, propulsor de la revolución continua, rechaza a Rivera por «anarquista».

El prejuicio político en contra de Rivera desgastó la justa fama que le corresponde como uno de los creadores más originales del siglo. Rivera no se contentó con ser un seguidor del cubismo. La obra que ejecutó durante esos años es muy buena, pero se trata de un lenguaje heredado. Por más buena pintura cubista que hubiera seguido haciendo Diego Rivera, las glorias de ese estilo le corresponden a Picasso, a Braque, a Juan Gris. En vez de ser un seguidor provinciano, regresó a la «provincia» y se inventó una nueva manera de pintar, utilizando la técnica más antiguo de todas, la pintura al fresco. Su obra es indiscutiblemente moderna, en ella logra fundir tanto el arte precolombino de México como la tradición pictórica occidental. Y lo más importante es que con esa fusión tan rica de fuentes logró crear unas imágenes monumentales y conmovedoras de su querido México, de la humanidad. El furor y la indignación ante la dimensión política de la vida y obra de Diego Rivera han amainado un tanto. Su pintura está ahí, tan resplandeciente, tan heroica, tan monumental como siempre. Me impresionaron sobre todo sus retratos, su representación   de la gente: indios, trabajadores, empresarios norteamericanos; sus autorretratos. Poseen una fuerza expresiva que sólo le pudo haber dado un firme creyente de la capacidad positiva del ser humano. Las elegías de Rivera al marxismo, al pueblo mexicano, al progreso, al arte precolombino, o los revolucionarios, a los ingenieros norteamericanos son capítulos en su proyecto de afirmar su conmovedora fe en la humanidad. A veces pintaba obra mala (Velázquez es el único pintor de quien no se conocen obras mediocres), pero hay que ser muy dogmático o estar ciego para rechazar o despachar a Diego Rivera.

El catálogo de la exposición le hace justicia a la importancia de Diego Rivera. Trece ensayos de un impresionante elenco de estudiosos mexicanos y norteamericanos analizan, diversos aspectos de la producción del artista. En justicia, la sección más importante está dedicada a los murales. El estudio que Catlin hace de esta obra es el más completo hasta el presente, y será muy difícil de superar. El catálogo es una fuente indispensable paro el estudio, pero también para el disfrute y entendimiento de la obra de este gran artista, La grandeza de Diego Rivera descansa en su manejo excelente de los elementos formales: su sentido de masa y composición, su magistral línea, el sutil colorido, el impacto dramático de la conjunción de estos elementos. Descansa asimismo en la fusión de diversas tradiciones para crear un lenguaje expresivo original, dramático y monumental. Además de su gran importancia histórica, su grandeza descansa también en haber logrado plasmar una visión heroica de su pueblo y de la humanidad.