¿No parece un titular hecho a la medida para una columna a pocos días de las elecciones? Sugiere que vaya emplear este espacio para comenzar a hacer leña de lo que parece ser la inminente caída de la palma. Pero se advierte al lector que no espere encontrar aquí, por ejemplo, un recuento de la ridícula incumbencia de la Dra. Leticia del Rosario en el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Más bien quisiera explorar un poco la cambiante imagen de la sociedad puertorriqueña, plasmada por algunos de nuestros artistas: aquéllos que de manera consciente han hecho pronunciamientos que podemos relacionar con nuestro pasatiempo nacional -la política.
Se ha desarrollado en Puerto Rico una vena del llamado «arte de protesta». La forma y el contenido de este arte ha sufrido una evolución. Quisiera compartir con el lector algunos de los rasgos generales de la cambiante imagen de Puerto Rico que nos han legado nuestros artistas. Su interpretación de nuestra conciencia colectiva al confrontarnos con las fallas y deficiencias de esa realidad.
EL VELORIO: COMIENZO DE UNA TRADICIÓN
La más importante pintura de Francisco Oller es a la vez el más serio y complejo pronunciamiento que ha hecho pintor alguno sobre nuestra realidad. El Velorio es el punto de partida para nuestro arte de protesta y ha servido sin duda de modelo para futuras generaciones. Sin recursos y desdeñado por las autoridades, Oller se dio a la tarea de realizar esta monumental crítica de la sociedad de su época. Las reacciones negativas al contenido de la obra no se hicieron esperar, factor que en nada ayudó a la aceptación y el éxito de Oller. También en esa vena crítica es la obra cumbre de Ramón Frade, El pan nuestro de cada día. La sencilla dignidad del campesino nos conmueve; Frade lo monumentaliza sin apuntar el dedo acusatorio de Oller hacia los que perpetúan su condición de explotado. Si Frade nos encamina hacia la conmiseración, lo «orgía de apetitos brutales» representada por Oller, posee un carácter más complejo. Para Oller la responsabilidad recae sobre todo el orden social colonial (simbolizados por el cura y el «alcaide»)’ pero el pueblo es partícipe en el ritual que lo brutaliza.
En algunos lienzos de Miguel Pou se asoma un tímido intento de confrontar al espectador con una imagen estremecedora, pero Pou sucumbe en el mar del costumbrismo meloso. Si bien la obra de otros artistas de principios de siglo como Oscar Colón Delgado, Rafael Palacios y Luis Quero Chiesa, parece guardar alguna afinidad con la tradición crítica iniciada por Oller, se trata de una producción poco conocida. No es hasta mediados de este siglo que reaparece el arte de protesta, como manifestación de gran importancia para toda una generación.
LA GENERACION DEL 50
Movidos por el afán de crear un arte de identidad puertorriqueña, los artistas que aglutina el Centro de Arte Puertorriqueño desarrollan técnicas e inventan géneros para darle forma visual a sus ideales. El arte de la Generación del 50 está arraigado en la figuración expresionista, en la exaltación del proletariado, en la denuncia de su explotación económica. El repudio y coraje ante la situación colonial de Puerto Rico es importante ingrediente de la mística que el grupo desarrolla, Es el momento del auge independentista, ideales con los cuales están en sintonía prácticamente todos. Las positivas imágenes de la vida en nuestros barrios o la exploración sistemática del paisaje en Hernández Acevedo, Rodríguez Báez, Rosado del Valle, Torres Martinó y Tufiño representan modalidades individuales de una visión del pueblo que todos comparten. Lorenzo Homar y Carlos Raquel Rivera en sus caricaturas y gráficas, respectivamente, condenan el colonialismo y la explotación a ese pueblo. En las pinturas de Carlos Raquel Rivera la crítica social se personaliza, adquiriendo un carácter más ominoso: sus imágenes fantasmagóricas dan forma visual al colonialismo internalizado. En La enchapada y Mala entrañita los favores y el dinero corrompen a los hijos del país. Así como en El Velorio, somos copartícipes y, por ende, también responsables de la situación. Estas obras maestras de Rivera, así como la de Oller, fuerzan al espectador a una confrontación con su propia realidad. Lejos de las soluciones fáciles del panfletismo artístico, en éste, nuestro mejor arte de protesta, la identificación de los responsables obliga al espectador a identificar su grado de complicidad. Los años 50, en que se va gestando este arte de protesta, marcan también el auge del Expresionismo Abstracto a nivel internacional y el desplazamiento de París por Nueva York como capital del arte occidental. Primero Rosado del Valle y luego Olga Albizu cultivan la abstracción. La crítica internacional se vuelca en contra del arte de protesta. «Arte comprometido» pasa a tomar un sentido negativo para los defensores de la (entonces) vanguardia abstraccionista. Durante el auge del macartismo, hasta El Velorio cae en desgracia. .