[ Ensayo de folleto para SUBASTA: Pinturas/grabados y dibujos de Carlos Raquel Rivera, Galería Oller, Caparra Heights, Puerto Rico, 1977 ]

Nace en el ’23 en el Barrio Río Prieto de Yauco. Luego de cursar sus estudios primarios allí, pasa a San Juan. En el 1948 ingresa en la Academia de Arte de Edna Coll, donde tiene como maestros a don Federico Enjuto, Nino Sparacinno, Tomás Fuestes, Hurtado de Mendoza y Ángel Botello. En el ’49 viajó a la ciudad de Nueva York donde estudia en el Arts Student League con los profesores Reginald Marsh y Jon Corbino.

De regreso a Puerto Rico y junto con sus compañeros Rafael Tufiño y Antonio Maldonado trabaja en el taller de rótulos de don Juan Rosado.

Por unos años formó parte del grupo de iniciadores del Centro de Arte Puertorriqueño junto con Lorenzo Homar, Félix Rodríguez Báez, José A. Torres Martinó, Rafael Tufiño y otros artistas. Para la misma época viaja a México y junto con su compañero Antonio Maldonado visita los talleres de los grandes artistas mexicanos. Una vez en Puerto Rico, trabaja en los talleres de la División de Educación a la Comunidad.

A mediados de los años ’50 su obra comienza a ser premiada y expuesta con más frecuencia, tanto en Puerto Rico como en el exterior. En Puerto Rico, recibe premios del Instituto de Cultura Puertorriqueña y del Ateneo. En México participa en la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Grabado donde obtiene el Premio de las Naciones por sus obras Huracán del Norte y Masacre de Ponce.

Expone colectivamente en varias ciudades de Estados Unidos, en Cuba, Holanda, Francia, la Unión Soviética y España. Sus grabados se encuentran en importantes colecciones en Puerto Rico y en el exterior.

Carlos Raquel Rivera cultiva principalmente la pintura y el grabado, ocupando una posición importante en estos dos géneros dentro de la historia de nuestras artes plásticas.

Es usual caracterizar a Carlos Raquel Rivera de surrealista, quizás porque en muchos de sus cuadros e inclusive en alguna de su obra gráfica coexisten elementos sin un aparente contexto racional. Pero si cabe usar ese término habría que caracterizarlo, pues no se trata de un surrealismo de paisajes imaginarios de un Max Ernst o un Wilfredo Lam, ni de los relojes derretidos de Salvador  Dalí, estaría más cerca de la concepción de un Rene Magritte en la yuxtaposición que éste hace de lo real y lo extraordinario. Pero, ¡cuán lejos del pausado Magritte están las imágenes explosivas de la obra de Carlos Raquel Rivera:

Dos elementos importantes en la obra de Carlos Raquel Rivera son la vertiginosa imaginación y el misterio. A menudo en su obra encontramos el «montage» de imágenes aparentemente cotidianas que ya sea por la imagen en sí o por su contexto crean ese elemento de choque visual que asociamos con el surrealismo. Algunas de sus obras son herméticas, imposible «leerlas», imposible penetrar los intrincados caminos de su fecunda imaginación. Otras, más accesibles, aunque de más fácil interpretación, mantienen esa aura de misterio, a manera de velo (en ocasiones literal, pues reciben una veladura blanca que las cubre), que no nos permite poseerlas por completo. Nunca dejan de impactar, de desconcertar al espectador. No ha pecado Carlos Raquel Rivera de pintar cuadros fáciles.

Pero donde Carlos Raquel Rivera rompe con el mote de «surrealista» es en la intención. Adolece el surrealismo del abuso del trompe l’oeil, de la intención pobremente disimulada de crear algo ingenioso mediante la yuxtaposición de elementos incompatibles, que de tanto repetirse pierden su encanto y su valor de choque inicial. Esta intención de chocar al espectador no existe de forma alguna en la obra de Carlos Raquel Rivera. Su pintura está en primer lugar completamente arraigada en la realidad, pero en una realidad percibida por el artista donde lo real y lo fantástico, más bien lo real y lo simbólico, están íntimamente ligados. No es incluso lo «real maravilloso» de que nos habla Alejo Carpentier. Es una figuración que sigue un programa interno, y cuya única lealtad es consigo misma, intensa y profunda, a veces imposible de penetrar. Su efecto en el espectador es secundario para el artista. Si las obras de Carlos Raquel Rivera nos chocan es por su intensidad y su contundente imaginación, por el misterio que encierran, por lo que no dicen, por lo que sugieren, y a veces por el peso ingente de lo que sí dicen. Así, en La masacre de Ponce, el águila, símbolo de las fuerzas represivas norteamericanas apabulla la representación de ese hecho histórico

Quisiéramos tener la oportunidad de estudiar más a fondo la obra de Carlos Raquel Rivera, y esperamos que se pueda concretar una retrospectiva que está planeando celebrar el Instituto de Cultura, pues con la pintura que tenemos a mano no nos es posible hacer el análisis profundo que amerita su obra. Sentimos sobre todo  no poder hablar sobre el manejo del color, pues contamos en esta subasta con un número reducido de obras. Carlos Raquel Rivera ha variado y continúa evolucionando su estilo corno pintor, y tenemos   ejemplos de varias fases de su estilo, desde el monocromo en Mucho Calor, donde el rosado subido es simbólico de y crea la atmósfera agobiante del calor, a la paleta limitada, pero de tonos muy intensos en Paula y la riqueza de los brotes de color que emergen del sombrío ahumado y misterioso fondo de Cerca de casa.

En los grabados tenemos más suerte y contamos con una selección bastante amplia. En grabado Carlos Raquel Rivera prefiere el linóleo. Sus obras son de terna político-social, desde temas abiertamente políticos corno Elecciones coloniales, brillante sátira del proceso electoral, o el retrato de la líder nacionalista Blanca Canales o La masacre de Ponce, hasta la visión afirmativa y poética (no menos política) de nuestra realidad social en Niño dormido y Noche clara. El Renacimiento concibió la pintura (y por ende la gráfica), corno una ventana a través de la cual el espectador mira el mundo creado por el artista. En Noche clara esta proposición invierte y el niño de ojos soñadores nos mira desde la ventana de su mundo – el arrabal poblado de estrellas. Herramientas y Casa de campo son elegías a la fuerza del trabajador puertorriqueño; en Marea alta y Santa Clara ese mismo trabajador lucha contra las enormes fuerzas de la naturaleza. Si su visión del pueblo es afirmativa y de fuerza, Carlos Raquel Rivera arremete contra las instituciones con esa misma fuerza – el cordero del escudo de Puerto Rico se rebela, machete en mano tira los símbolos de Castilla y de León y se dispone a pelear contra el ejército de los Estados Unidos. La lucha contra la presencia norteamericana es un tema recurrente en su obra, y encontramos una y otra vez los símbolos de esta presencia y el conflicto con nuestro pueblo – los soldados, el águila norteamericana en La masacre de Ponce y Elecciones coloniales, el dinero en Huracán del Norte. Este último grabado es una visión apocalíptica de lo que representa esa presencia norteamericana: ejemplo también de la relación entre lo simbólico y lo real en la obra de este artista. Pero la mordaz crítica de Carlos Raquel Rivera no se queda al nivel del «yankee-go-home «, es más profunda y va dirigida a las instituciones y clases sociales que él entiende oprimen al pueblo – las elecciones, Doña Fulana, Las beatas, Tonelito o Cuatro plagas.

Al ver esta colección de grabados en su totalidad nos impresiona la variedad tan rica y amplia del artista en este medio. De la sobriedad en Herramientas, al furor en Huracán del Norte a la añoranza de Noche clara, al coraje de Cuatro plagas, a la indignación y la burla en Doña Fulana, a la dignidad de Casa de campo. El linóleo es totalmente flexible en las manos de Carlos Raquel Rivera. Así mismo es su uso de las luces en estos grabados. Es que por encima del blanco y negro está un talento extraordinario, en constante ebullición, afirmando con su vida y con su obra lo hermoso y lo doloroso que ser un hombre puertorriqueño.