[ Ensayo para el catálogo Jardín de frutos prohibidos – ZONA FRANCA / 2002 ]
ENTROPÍA TROPICAL
El aeropuerto ha sido símbolo del progreso, estandarte de la globalización y migración que caracterizan el mundo contemporáneo, el emblema por excelencia de la metrópolis, palabra que siempre nos remite al clásico de Fritz Lang. En su aeropuerto inventado, El jardín de los frutos prohibidos, Charles Juhasz Alvarado presenta una visión alterna del templo a la movilidad. Caricaturiza a los inspectores del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos dedicados a confiscar y prohibir la entrada a ese país de los frutos del trópico. La obra tiene como locus imaginario el aeropuerto Luis Muñoz Marín de San Juan, y los personajes se corresponden a la fauna exótica que lo puebla. Las truculentas historias narradas por el artista ponen de manifiesto las veleidades de los burócratas de marras. El humor, elemento que no suele abundar en el arte contemporáneo, anima la pieza – los collares de quimbombos, la artista porno que no tiene “problemas” pasando lo que sea, o la historia de la champola de guanábana, cada narración ridiculiza el aparatoso sistema de vigilancia montado para evitar el “tráfico ilícito” de limones, papayas y mangos.
La política de inmigración vegetal y frutal supuestamente persigue evitar la entrada de plagas que contaminen el agro norteamericano. Este objetivo se pudiera lograr proveyendo servicios de descontaminación, pero eso dejaría a los inspectores sin el “bono” de los alimentos que confiscan en el aeropuerto. Las historias resaltan la glotonería y la codicia, la lujuria y la estulticia, el universo de los siete pecados capitales. La política de inmigración vetada a frutas y legumbres recuerda las fronteras cerradas de los Estados Unidos a nuestras gentes.
Charles Juhasz Alvarado convierte el aeropuerto en un jardín utópico de los frutos prohibidos, y las especies que éstos sustentan en la cadena alimentaria. Ese jardín no guarda relación alguna con el ambiente hosco y estéril de los aeropuertos de las metrópolis, con su fría arquitectura de metal y cristal, las colas, el cacheo, los perros olfateadores, la ausencia de amenidades, la espera. La ensañada persecución de quienes intentan el “contrabando” de guayabas contrasta con el fracaso en detener el narcotráfico. Y mientras la burocracia norteamericana rebusca los equipajes por si tienen acerolas, un pequeño grupo de extremistas puso en jaque la economía mundial y la imagen del aeropuerto como símbolo de la tecnología de las comunicaciones, del inmenso poderío de los Estados Unidos. La metáfora del jardín (¿del Edén?) choca estrepitosamente con el recuerdo de los visuales de la Operación 911, como se le llamó a los ataques a las torres gemelas en Nueva York y al Pentágono.
¿Qué nos propone Charles Juhasz Alvarado como imagen alterna del aeropuerto? La música y los sonidos de la pieza nos ambientan en el Caribe postmoderno, esa mezcla inconfundible de los ritmos del trópico y la agridulce sordidez de las torpes sociedades que hemos creado. El jardín de los frutos prohibidos celebra esas contradicciones, Juhasz Alvarado se regodea en el absurdo para proyectar ese otro aeropuerto nuestro, post Operación 911. Ni la tecnología apabullante ni la antesala al terror, su propuesta extraña y exuberante adelanta otra lectura: el surrealismo como producto natural del choque entre la ceguera de los burócratas y la picaresca.
El tráfico ilícito de piñas y anones nos remite a sociedades con un estrecho vínculo a la tierra, a gentes que no pueden prescindir de los inigualables sabores de las frutas del trópico. La persecución a los enamorados de los frutos prohibidos provoca que las autoridades pierdan de vista el amplio panorama del bosque – los narcotraficantes, los desposeídos que estallan en olas de terror. Charles Juhasz Alvarado emplea la imagen del comején como símbolo de nuestra silenciosa fuerza colectiva que carcome la tecnología del imperio en sus ambiciosas instalaciones Susurránea y el astronauta (2000) y Punto de fuga (1999). Y ahora nuestro empeño con llevar a cuestas el sabor del trópico, como un caracol, no empecen prohibiciones (¿ridículas?). Es obvio que Fritz Lang nunca estuvo en el trópico, que su visión macabra de la metrópolis es el producto de cielos eternamente plomizos. La versión tropical de la entropía que propone Charles Juhasz Alvarado es quizás igual de terrible, pero su camino del infierno está minado con los exquisitos sabores de los frutos prohibidos.
San Juan de Puerto Rico