[ Reseña de la exposición Myrna Báez; diez años de gráfica y pintura en el Museo del Barrio, NY / EL Nuevo Día / 28 mayo, 1982 ]
La gráfica y la pintura son los medios con que Myrna Báez ha ido elaborando el complejo mundo de su expresión artística. En los últimos años ha concentrado su producción gráfica en las técnicas del aguafuerte, la colografía y la serigrafía, desarrollando también nuevas maneras de trabajar estas dos últimas para lograr la imagen precisa.
La gráfica y la pintura guardan una estrecha relación, y la artista va de uno a otro medio siguiendo los caminos de su intuición. Ya en la colografía El desnudo de 1972 la mujer está de espalda, sin cara; los relieves del intaglio y el uso del blanco prefiguran recursos de su gráfica y pintura posterior. El acrílico Positivo y negativo (1973) y la serie de pinturas que realiza para esos años repiten simultáneamente la imagen, creando versiones alternas de la realidad. En sus aguafuertes recientes, Myrna Báez regresa a la representación simultánea de varios aspectos de la imagen.
Desde 1970 hasta el 1978 trabaja casi exclusivamente la colografía. En las primeras obras de los años 70, El Juez, Juego de cartas, La ventana, aplica el color sobre la superficie y las incisiones de la plancha. La búsqueda de transparencias y efectos más sutiles la lleva a desarrollar una manera diferente de trabajar la colografía. Aplica los colores planos en las primeras planchas; una plancha diseñada con relieves y texturas va a quitar del papel parte de las tintas. En La Gioconda (1973) se puede apreciar la compleja interacción de colores, texturas y transparencias. La plancha no siempre quita el color de manera uniforme; cada obra de la edición tiene cualidades diferentes, que la convierte en un ejemplar único. En Sin título (1975) las tonalidades sutiles y los medios tonos que resultan de esta técnica ayudan a crear la impresión de ambigüedad y aislamiento del ambiente urbano.
El blanco va desapareciendo de la gráfica, y la artista trabaja toda la superficie de la plancha en colores y texturas. Ya en Celaje (1975) la obra ocupa la totalidad del papel. En las colografías subsiguientes Myrna Báez concentra en lograr efectos cada vez más sutiles de transparencias de color.
Luego de las tenues veladuras de color en Danáe (Homenaje a Tiziano) y Siesta ambas del 1978, la artista regresa a la serigrafía en Luna llena (1979) medio que usaba preferentemente en los años 60. En esta obra logra variaciones en el color mediante la colocación de cartones debajo del papel que va a imprimir. Los desniveles crean texturas y añaden riqueza y variedad al color. En Georgia Q’Keeffe en Puerto Rico y Bodegón, ambas del 1980, la vibración del color es extraordinaria y añade misterio y profundidades a las estampas.
El uso de la serigrafía para explorar efectos y el propio tema le sugiere el empleo de la foto-serigrafía, que aparece por primera vez en la Venus roja de 1979. A partir de esta obra la artista trabaja en la gráfica con dos conceptos capitales. Por un lado va a utilizar imágenes del arte del pasado como metáforas del presente, mientras que trabaja el concepto del espejo que refleja otra imagen y la representación simultánea de distintos niveles de la realidad.
Uno de los temas principales de la obra de Myrna Báez, tanto en su gráfica como en pintura es el paisaje. Su representación del paisaje tropical se caracteriza por un esfuerzo consciente y deliberado de no dejarse seducir por la belleza natural del trópico. Ya Margot Arce, Marta Traba y Antonio Martorell han comentado sobre este aspecto del acercamiento de la artista. Los colores agrios, secos, fríos de sus colografías sobre el paisaje-Paisaje verde, Nube 2 gris, Nubarrones I, Nubarrones II y Nubarrones en Barrazas, dan muestra de esta actitud. En El balcón (1980) los tonos claros y fríos de la serigrafía niegan la calidez del paisaje y de la luz tropical a la vez que comentan del mal gusto de las rejas y del tiesto sin mata. Donde más elocuentemente queda plasmada esta rebeldía en contra de la belleza fácil del paisaje tropical es en el grabado en metal Los pinos del Paraíso (1981). Una densa flora tropical, sobre la cual se yerguen los perfiles de tres enormes pinos, sirve de fondo a la Expulsión del Paraíso de Masaccio. Las embatidas ramas de los pinos son imágenes de un paraíso tropical que nunca realmente fue tal.
Con el tema del desnudo femenino se manifiesta una actitud análoga. Los desnudos de Myrna Báez no comparten la sensualidad que se asocia con ese género. El desdibujo, el trazo obliterado de la forma femenina, los colores fríos, o el rojo estridente de la Venus roja, funcionan como antídotos de la sensualidad. Igual que sus paisajes acusan una sensibilidad rebelde ante la fácil belleza del trópico, esa misma rebeldía está presente en estos desnudos, en estas asépticas figuras femeninas.
La Danáe con su indiferente rostro des-dibujado es la antítesis de los cálidos desnudos de Tiziano. En Aglaé, Talia y Eufrosina (1979) un paisaje frío sirve de fondo a las Tres Gracias, desprovistas del colorido vibrante de Rubens. La trama de la foto-serigrafía pelea con la sensualidad de Afrodita y de la Odalisca de Ingres. El rojo estridente y los cambios en el dibujo destruyen la quieta y sensual armonía del desnudo de Velázquez. A la vez que plantea un nuevo acercamiento al desnudo femenino, Myrna Báez emplea estas imágenes del arte del pasado para afirmar la relación de su arte con la tradición en que se arraiga.
En sus desnudos contemporáneos se evidencia también el replanteo de la sensualidad que se asocia con el cuerpo de la mujer. En estas obras el espectador se confronta con unas figuras sin cara, despersonalizadas, cuya intimidad queda invadida – el gesto de cubrirse en Luna llena, la dejadez de la figura de El sofá de Nilita, el sueño de Danáe y Siesta. Lejos de establecer una relación de carácter erótico con el espectador, el desnudo se presenta como una invasión de la privacidad, del aspecto más personal del ser.
No se trata sencillamente de negar la sensualidad del cuerpo humano como tampoco en su obra Myrna Báez niega la belleza del paisaje. La artista nos obliga a algo más difícil, a cuestionarnos las bases de esa apreciación tradicional de la belleza. Y en el caso del desnudo, también nos confronta con la deshumanización de la mujer implícita en la objetivización del cuerpo. Esta actitud rebelde ante la tiranía del sexo y la sensualidad tradicional queda más explícitamente articulada en la serigrafía Bodegón donde el desnudo femenino es el elemento principal de la naturaleza muerta.
En la serie de grabados en metal realizados en el 1981 establece complejas relaciones entre la imagen artística y la realidad. Utilizando el paisaje y la figura femenina crea un mundo donde la línea entre lo tangible y su reflejo no es precisa, donde existen variados niveles de ilusión y espejismo. La ventana y el espejo son las imágenes principales de esta figuración, elementos que hacen alusión al concepto renacentista del cuadro como una ventana a través de la cual el espectador percibe la realidad y al concepto del arte como espejo de la realidad. Pero las ventanas de Myrna Báez revelan paisajes que el muro no tapa, sus espejos son también transparentes. El paisaje se impone por sobre el ilusionismo de la solidez, negando esa capacidad de reflejar. Y todo pasa a ser imagen, y simultáneamente a romper el ilusionismo de la totalidad de la imagen.
El romper ese ilusionismo nos obliga a tomar conciencia de que estamos mirando una imagen creada por la artista. Estas obras de Myrna Báez no tienen un punto de vista unitario de la “realidad”. Nos revelan varias visiones simultáneas que acrecientan, contradicen y resaltan esa realidad.
En la obra Paisaje en la ventana (1981) queda articulada la particular visión de Myrna Báez de la relación entre el arte y la realidad. Una figurilla de porcelana china contempla el paisaje que revela la ventana cubierta parcialmente por los restos de un cristal roto. El arte del pasado nos remite el arte del presente un fotograbado de las montañas de Puerto Rico. El cristal roto crea un patrón que condiciona la percepción de ese paisaje. El pasado nos ayuda a percibir un presente realizado por y visto a través de la ventana creada por la artista.
Myrna Báez trae a su creación una conciencia de la importante función del arte en la sociedad, del rol del artista en la percepción de la realidad. Partiendo de la imagen de Velázquez que se refleja en el espejo de la Venus roja, la obra de Myrna Báez es una afirmación de la importancia de las artes, un manifiesto de su trascendencia. Su producción parte de la convicción de que el arte no es un mero juego de forma y color, sino un serio planteamiento, una clave para entender al mundo que vemos y entendemos la realidad de cierta manera porque los artistas nos han servido de guía a esa visión y a ese entendimiento. El arte de Myrna Báez se arraiga en esa milenaria tradición y nos reta a revisualizar el presente.
Trackbacks/Pingbacks