[ Exposición en la Galería Botello / El Nuevo Día / 5 noviembre de 1983 ]
¡Carmelo Sobrino ha dado otro brinco! De su serie del arroz y habichuelas, que siempre me gustó mucho, lo vimos brincar a las obras que mostrara en el Museo de Arte Ponce en las cuales los techos a dos aquas de sus queridas casitas de barrio poco a poco iban configurando un paisaje abstracto evocador de Mondrian. Ahora hace collages con tela de saco de grueso tejido. Las formas cortadas evocan animales o la figura humana. En otras, su estricta o libre geometría queda destacada o negada por múltiples áreas de color que subdividen las formas cortadas. Recuerdan la retícula de los condominios, de los edificios multipisos que el 80 dominan, por su escala, el paisaje urbano de Puerto Rico.
Hoy en estas obras orden y aglomeración, los colores son brillantes pero también opacos. Sofisticadas y a la vez primitivas, quieren ser una síntesis de polos opuestos. Los círculos en medio de los rectángulos, cuadrados, triángulos configuran una geometría balanceada que sin embargo en conjunto resulta sumamente exuberante, casi podríamos decir tropical. Ecos de Paul Klee, de Picasso, las citas a otros artistas ocurren de manera casi ingenua. Pero el rigor europeo de estas fuentes se transforma ante la caótica fantasía de Sobrino.
Sencillas en concepto, de ejecución aparentemente simple, estas nos remiten al mundo del juego, de acertijos, inventos. El elemento lúdico me parece importante en esta serie. Sé que Sobrino no está completamente de acuerdo con esta interpretación. Daré un ejemplo para tratar de probar el punto.: En la obra titulada Bodegón la gran forma ovalada recuerda una vasija o una sandía de Tamayo: de su centro brotan círculos de color. Un grupo de formas que traza un segmento de círculo en la parte inferior de la obra, evoca las montañas geometrizadas del Valle dé Tenocbtitlán de Diego Rivera. Creo que en esta obra Sobrino parece jugar con la propuesta mexicana. Las citas a Rivera y Tamayo, los dos polos del arte mexicano -contenido social vs. el arte por el arte- encuentran una especie de síntesis en la fantasía del artista. Los globos de color y las casitas simplificadas en la pintura, remiten al espectador al mundo de los niños. Los edificios planos, la esquematización de volúmenes en todas las obras, se relaciona también con ese mundo de la fantasía infantil, con la manera naif de acometer la figuración.
Existe un elemento de incomodidad al ver a un artista hacer un rompimiento con su estilo anterior. “¿Qué está haciendo Sobrino? ¿Pa’ dónde va? “Yo no lo entiendo”, escuché de varios amigos. La presencia de lo nuevo resulto siempre alarmante, aún para tos más adictos al vértigo del cambio. No soy una excepción confieso que este nuevo brinco de Sobrino también me estuvo chocante. Con todo lo mucho que alabamos el desarrollo o la progresión en el arte, cada nuevo rumbo en la obra de los artistas nos desconcierta.
La presencia de los casitas en algunas obras y la evocación de la otra arquitectura, la de los multipisos, es un elemento que vincula estas obras con otras series anteriores. Pero ahí cesa la relación, se trata de un genuino brinco hacia una nueva propuesta -la del collage, la del espacio plano. Ningún escritor se inventa el alfabeto y ningún pintor tampoco. Esta exploración de nuevos elementos tiene sus fuentes; toda forma expresiva está basada en las posibilidades del vocabulario que heredamos y que vamos transformando. Creo que este nuevo rumbo en la pintura de Sobrino tiene que ser como toda nueva etapa, de experimentación, de búsqueda y el elemento del juego, del invento, la mezcla de lo naif y lo sofisticado, de los contrastes que coexisten en sus obras son buenos compañeros en ese viaje que ha emprendido Carmelo Sobrino.