A manera de inconsciente colectivo, Don Quijote sienta las bases para la sensibilidad de la cultura hispánica. El hombre que enloquece porque había leído muchos libros es el Ursage del ya trillado análisis de la relación entre el arte y la realidad. La picaresca es la otra base de la sensibilidad hispánica, y establece una formidable estructura sobre la que descansa nuestra cultura. René Santos aterriza en Nueva York en el medio del torbellino de la deconstrucción y el postmodernismo. Le acompaña el respeto por la factura y la calidad y proezas técnicas que conserva la tradición plástica puertorriqueña y latinoamericana. Este bagaje cultural, ese inconsciente colectivo de todos nosotros, le prepara de una manera muy especial para batallar los molinos de la crítica sofisticada y alambicada, que sienta las bases de la práctica vanguardista del Nueva York de finales de los años setenta y ochenta.

Pero René Santos lleva consigo también un apetito voraz por la lectura, que con el pasar del tiempo le convierte en un conocedor erudito. Llega en el momento preciso en que la crítica de arte se encuentra en estado de ebullición, polinizada por los laberínticos textos de la semiótica y la deconstrucción literaria. En Hunter College estudia bajo Rosalind Krauss y se relaciona con los otros integrantes de la influyente revista October, a través de nuestro amigo mutuo, Douglas Crimp. Son tiempos de transición en el mundo del arte, en los que no había una idea clara de para dónde iban las cosas, como señala David Saunders en el catálogo de la retrospectiva de Santos. La crítica erudita y llena de términos recónditos, el eclecticismo, la condena a los criterios de calidad como paradigmas sexistas y racistas, los 15 minutos de fama de artistas de calidad dudosa, habían configurado un mundo artístico caótico. René Santos navegaba en ese mundo con la seguridad que le brindaba su inteligencia natural y sus portentosos conocimientos.

He querido describir a grandes rasgos el contexto neoyorquino y el aparato intelectual y artístico de René Santos antes de pasar a revisar esa obra difícil y seductora que produjo en Nueva York. El catálogo del Grey Art Gallery nos presenta a René Santos desde el contexto de Nueva York. Inevitablemente los autores lo perciben como una figura anómala, un puertorriqueño que se mueve sin dificultad en el complejo laberinto de las vanguardias de la metrópolis. Se cuela en esa percepción un nivel de asombro ante la sofisticación de un puertorriqueño que navega de manera diestra en el mare magnum del aparato crítico y las formidables corrientes del Nueva York de esos años. No empece lo frío de mucha de su obra, en el contexto de allá, René Santos es el «hot Puerto Rican artist». Para mí, su Obra es bien «New York».

Pero más allá de toda esa sociología del arte, nos corresponde escudriñar la obra. Lo primero que nos comunica es su extrañeza. No hay nada, pero absolutamente nada, fácil en toda la producción de René Santos. De lejos muchas de sus pinturas son seductoras. Al acercamos nos chocan los embarres de la superficie pictórica. Soy fanática de las texturas de superficie; las de René Santos son casi siempre desagradables. Ese choque entre lo aparente (agradables de lejos) y lo concreto (embarres de cerca) es también una estrategia para puntualizar la elusiva distancia y la ambivalente relación entre el arte y la realidad.

René Santos emplea consistente mente la fotografía, el cine, la televisión como marco de referencia en su producción. Se apropia de tomas de películas para sus revolucionarias fotonovelas, En ellas, los irónicos textos guardan una relación extraña con la imagen: resultan apropiados y simultáneamente fuera de foco, Dicho sea de paso, son comiquísimos, dentro de la vena de humor acérbico que Santos cultiva a perfección.

Las películas mediocres de ciencia ficción como La mosca y otras del film noir son el punto de partida para las pinturas en blanco y negro y la serie con texturas. Uno sospecha que muchas de esas escenas cargadas de tensión son inventadas por René Santos, pero nunca se sabe. La ambivalencia como estrategia pictórica y narrativa domina su sensibilidad: ¿son gigantes o son molinos? ¿Va en serio o es otra broma que nos re mite a su prodigiosa erudición y su acérbico sentido del humor?

René Santos tiene una particular predilección por satirizar los excesos de la sensiblería popular, La última serie basada en las fotografías de Nadar es un homenaje a los retratados, su manera de recobrar el pasado y, a la vez, una recóndita sátira de los convencionalismos del siglo pasado. Un sentido de lo ridículo muy sui generis anima la serie de los perros, tanto en las tomas de perros en televisión como en las pinturas. Su tratamiento del tema resulta perfecto, de la canofobia a la canofilia, estas obras se pueden leer desde cualquiera de los dos espectros. El pitbull que aquí se reproduce ejemplifica esa ambivalencia: es una de las obras más logradas del antiguo género de la pintura al óleo, y representa un hermoso ejemplar de una raza que los criadores han convertido en un monstruo canino. René Santos logra crear imágenes inquietantes y provocadoras, que retan al espectador y estimulan su imaginación. No se trata de un logro fácil, y a ese nivel, huelga ser del patio o bien New York.